Sólo Dios basta

Cuando éramos niños nos trató como niños, cuando jóvenes como tal y de casados paulatinamente como adultos, conforme se acrecentaba la responsabilidad en nuestra vida familiar. El Padre Meurice ha estado presente en nuestra vida desde que tenemos uso de razón. Desde la niñez hasta hoy ha sido un modelo, paradigma de tantas facetas del ideal de vida que acogimos desde entonces. Tenerlo, fue la certeza de identidad que nos ayudó a vivir el reto de ser cristianos.


Muchas veces hizo de párroco en nuestra comunidad de Santa Teresita y pudimos conocerlo de cerca, familiarmente, como un niño y una niña miran admirados a su padre y se sienten contentos y seguros a su amparo. Ya desde entonces comenzó su formación en nosotros: desde las pequeñas costumbres de católicos hasta las verdades de fe más profundas.

Esta educación ha sido para siempre; lo que nos enseñó quedó clavado como asta en nuestra vida. Llevar el cáliz al altar con mano fuerte en el servicio de acólito y razonar con fe el misterio de Cristo en la cruz son ejemplos de experiencias en las que el padre Meurice está presente cada vez que la vivimos nuevamente.

¿Qué había en aquel hombre que podía mantener durante una larguísima homilía la atención nuestra como adolescentes? Al terminar nos quedaban claras dos cosas: Sólo Dios basta, primero, y segundo: El Padre Meurice es un hombre de Dios. Esta realidad fue cobrando agudeza y avidez en nosotros al punto que recordamos como, ya siendo jóvenes, íbamos a escucharlo en las grandes celebraciones en Catedral o en El Santuario de la Virgen de la Caridad del Cobre sabiendo que eran ocasión privilegiada de recibir el magisterio. Los jóvenes de entonces seguíamos con atención y luego comentábamos y debatíamos lo que decía llenos de sano orgullo por contar con un Obispo como él. El que no podía ir luego preguntaba: “¿qué dijo Monseñor?”

Ya casados nos pidió muchas veces acompañarlo a los viajes que hacia a la entonces diócesis de Santiago, con Granma y Guantánamo incluidas, sobretodo a los encuentros de matrimonios. En el camino era simpático como nos decía, cuando se dirigía a uno como “muchacho” y a la otra como “señora”. Al pasar los años a una le decía “muchacha” y al otro “señor”. Con la delicadeza del que sabe respetar la vida personal se manifestaba su preocupación porque lleváramos nuestra familia cristiana y sanamente.

Ya todos sabemos que no podemos decir todo y que cada día que pase vendrán a nuestras mentes momentos y experiencias con él, que serán luz para nosotros y para otros. Para esos que no lo conocieron o no trataron con “el padre” decirles que Monseñor Meurice era un hombre que escuchaba profundamente a quien le hablaba y luego en una expresión breve daba la respuesta acertada, equilibrada y justa desde una fundamentación humana y cristiana en la que se podía apreciar la gracia del Espíritu.

En corresponderle ha sido de gran agrado transmitir el amor y admiración que sentimos por él a nuestras hijas. Ellas también acudieron a él a pedirle su consejo y bendición ante las realidades que le preocupaban. 

A nuestros hermanos de comunidad y de ciudad decirles, que no sólo tuvimos un gran hombre entre nosotros sino también que tenemos un pastor en el Paraíso. Su vida fue una oración a Dios, oremos con él al Eterno Padre por todos los cubanos para que, como hijos de la Virgen de la Caridad y hermanos todos, alcancemos por Jesús las gracias del cielo y vivamos en unidad y fe  hasta que nos encontremos de nuevo en el Reino de Vida, de Verdad, de Justicia, de Paz, de Gracia y Amor.

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